lunes, 29 de septiembre de 2014

Las mujeres que aman el fútbol no son bichos raros.
EL FÚTBOL...MI PASIÓN.....


Ellas también hacen lo imposible por ver cada partido de la Selección y pueden recitar las nóminas de los principales equipos de las ligas más importantes. Una de ellas, la pereirana Alejandra Buitrago, es la presentadora del programa Fuera de lugar, del canal RCN. ¿A los hombres les gustan las mujeres que saben de fútbol? ¿Qué tan cómodos se sienten al compartir su pasión por el fútbol con una mujer? Ellas son las compañeras ideales para los hinchas que sudan como locos la camiseta.
Escribo esto un domingo en la mañana mientras tomo café. Cada dos segundos volteo a mirar el televisor que está en un canal deportivo. Hay fútbol italiano, veo de titular a Juan Guillermo Cuadrado en un equipo y a Andrea Pirlo en el otro. No sé si el cielo está nublado o despejado, pero con esos datos puedo asegurar que hace un bonito día. Comento el partido conmigo misma. Ver fútbol sola es una gran experiencia, no importa qué tenga puesto, si ya me he bañado y lo más importante: soy la dueña del control remoto. Paso como una loca entre canal y canal como si me estuvieran persiguiendo y escojo partidos que ningún otro vería, como un Sunderland vs. Crystal Palace o un Catania vs. Atalanta. Les hablo a los jugadores, jueces y técnicos indicándoles qué deben hacer y mando callar a los narradores cuando dicen pendejadas.
Sigo viendo el partido y, luego de un penal, el marcador va en 1-2, el resultado más peligroso que existe en el fútbol, porque el perdedor siente que tiene oportunidad de remontar y el ganador, aunque tiene una ventaja, sabe que debe aguantar y defenderse atacando. Cualquier cosa puede pasar, todo va a pasar, como al final del primer tiempo de la final del Mundial de 1930. Uruguay, el anfitrión, iba perdiendo con Argentina por este mismo marcador, y nadie creyó que Cea, Iriarte y Castro convertirían cada uno un gol en el segundo tiempo, coronando a su selección con un bello 4-2, ante miles de espectadores en el Centenario de Montevideo.
Nunca he tenido una relación estable con alguien que le guste el fútbol, los que dicen que una mujer habla del tema con el ánimo de llamar la atención del sexo opuesto están equivocados. Nunca he conquistado a alguien después de comentar un partido. De todas formas aprovecho, soy sincera y acepto que a veces pienso lo grandioso que sería despertar acompañada un sábado temprano, sintonizar la BPL, hacer café y que el cuarto se inunde con su olor, andar por la casa uniformada con la camiseta del Arsenal y unos calzones que combinen, calmar los antojos que tengamos reprimidos durante la semana, apostar nalgadas según los marcadores del día, tirar como enfermos cuando lleguen los quince minutos de intermedio, tirar en todos los intermedios de todas las ligas sin importar cómo vaya el marcador; hacerlo con rabia si vamos perdiendo y con emoción si vamos ganando. Que esa sea la verdadera pasión del fútbol. ¿Es mucho pedir?
Pero no, una dama que opine de deportes es ante los ojos de los hinchas masculinos una invasora de su espacio, territorio que han cultivado por años. Ellos saben de estadística, recuerdan partidos y jugadas con exactitud, además se sienten identificados porque tuvieron un balón entre sus piernas desde muy pequeños y entienden en carne propia qué pasa en la cancha. Son los mejores técnicos en sus juegos de video y han comprado las camisetas de sus equipos favoritos. Cualquier cosa que escuchen de una mujer no la sienten veraz de primera mano.
También existe la creencia de que las mujeres amantes del fútbol somos un grupo de machorras constipadas que no podemos mantener la compostura y mucho menos vernos femeninas. No logran imaginarnos arregladas, en unas mallas y tacones, como si fuéramos la red del campo de juego esperando el gol. Ellos se lo pierden. Encontrar un fan del fútbol al que se le pueda criticar a su Millonarios del alma sin que se ofenda, es casi tan difícil como contestarle a una mujer si se ve gorda con un vestido. O dígale un chistecito a un hincha del América de Cali en fechas de promoción, pregúntele a un hincha del Bucaramanga cuántas estrellas tiene en el escudo. Eso sí, a los hinchas de la Equidad no les pregunten nada, que su pasión por el equipo es institucional y parece venir como obligación en el contrato de trabajo. El amor por una camiseta es bonito, pero más bonito es el amor al fútbol, un amor que, pienso, trae consigo el sentido crítico. Entonces las posibilidades de encontrar a alguien con quien compartir este gusto se minimizan de manera considerable.
Pero otra historia es conectar con un hombre que no tenga planeado ir al estadio nunca o al que le parezca que ver partidos entre las cobijas y pidiendo domicilios es el plan más aburrido del mundo. Recuerdo a un tipo que me estaba cayendo y al que no le interesaba ni un poquito los deportes. Dijo un día “tú tan futbolera y yo tan novelero”, sugiriendo que él era el único que leía de los dos. Sentí como si tuviera una especie de letra escarlata en la frente, una gran “F” que señala a los hinchas del fútbol; todo el que la portara sería identificado como un completo ignorante. Hubiera querido tener la paciencia para explicarle todas las cosas que se aprenden del comportamiento humano con solo ver un partido; hubiera querido ponerle el Poema al fútbol, de Quique Wolf, para que se diera cuenta de que, sin el fútbol, no sabe a ciencia cierta qué es el amor, el dolor, el placer, el cariño, la solidaridad, la poesía, la humillación, la amistad, el pánico, la soledad, el egoísmo, el arte, la música, la injusticia, el odio y la vida misma. Como diría el arquero de Argelia, novelista, ensayista, dramaturgo, y premio nobel en literatura Albert Camus: “la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga”.

POR ESO DIGO EL FUTBOL ES MI PASIÓN.....